sábado, 19 de diciembre de 2009

Sobre las tapas de los jugos Frutto de Alpina

«Paciencia: forma menor de desesperación disfrazada de virtud.»

Ambrose Bierce.


Tengo las manos llenas de sangre porque intenté abrir un jugo Frutto de Alpina. Quienes lo hayan probado entenderán la situación; y los que no, si les apetece, pueden dirigirse hacia cualquier supermercado o tienda cercana y adquirirlo.

No sé qué clase de bestia es la encargada de colocarle la tapa al jugo, pero sospecho que debe tratarse de una indecorosa máquina, porque no creo que pongan a una persona a tapar diez mil jugos en un día. Además, se supone que la máquina ejecuta las órdenes que le dan, así que algún infame le tuvo que haber indicado que acabara con nuestras vidas.

A veces me provoca comprar una empavadora piscina de plástico, coger la botella a martillazos y luego colar el jugo a ver si así sí me lo puedo tomar.

Los jugos Frutto de Alpina son ricos, sin embargo, poseen una extraña particularidad: desatan las tendencias sadomasoquistas de cualquier individuo.

Sí, ya lo sé, también los hay en caja, pero ese tal Tetra Pak no me convence. Aunque, aquí entre nos, la ventaja de este sistema es que, si no abren, les haces un roto y listo, no pasa nada.

Todo gira en torno a un malévolo sistema de seguridad diseñado por un paranoico y cuyo lema reza: “No te enojes, es por tu bien, alguien podría asesinarte con una buena dosis de cianuro”.

Ah, y no vayas a renovar la cédula, porque las huellas no te van a servir.

Aquí os dejo una foto de un sujeto con crisis de angustia (panic attack) por no poder quitarle la tapa al jugo.



FUENTE: Imagen tomada de “5wk foros”, 2009, Los manicomios de 5wk. Disponible en: http://www.5wk.com/


sábado, 28 de noviembre de 2009

KRA 54, directo al infierno

Estoy por creer que el señor conductor del bus KRA 54 no alcanzó a integrar bien el superyó. Llevo varias semanas analizando la situación y no dejo de convencerme de lo mismo: el individuo posee un Trastorno límite de la personalidad (TLP), es fronterizo.

Resulta un tanto llamativo el hecho de que todos los choferes de Sobusa presenten un perfil homogéneo. ¿Por qué será que a esa tal empresa solamente se le ocurre contratar choferes limítrofes? ¿En qué se basan al momento de seleccionar al personal? O más preocupante aún: ¿quién es el responsable de dicha labor?, ¿otro limítrofe?

Gracias al desdeñoso reloj —que se halla atado misteriosamente justo al pie de un árbol— los infames, insensatos, desgraciados, asesinos en serie han disminuido un poco la velocidad. Sin embargo, después de cinco o seis de la tarde —en esta época, pasadas las siete de la noche— no hay reloj y el proceso primario invade el yo de las lacras y éstas te arrollan a diez mil kilómetros por hora sin ningún tipo de misericordia.

Si no te agarras, corres el riesgo de terminar con los ojos desorbitados y el hocico restregado contra el parabrisas. El conductor goza de una gran habilidad innata para hacer que un gigantesco objeto de unos siete mil kilogramos de peso —denominado bus— se desplace de un extremo a otro (más o menos a una distancia de cien kilómetros) en tan sólo cinco minutos. Muy pronto saldrá la nueva ruta KRA 54-Alaska, en media hora estás allá.

A la derecha está la famosa salida de emergencia haciéndole compañía a un sospechoso martillito rojo. Lo que me pone los nervios de miseria no es la ventana, sino el pinche martillo que pueden emplear para asesinarme. “Si todo lo que tiene es un martillo, cualquier cosa que vea le parecerá un clavo” (observación de Baruch). Pues bien, ahora tenemos otro problema: ¿por qué rojo? Es simbólico, el rojo representa la sangre que va a circular por tu cuello cuando algún descerebrado lo utilice para masacrarte despiadadamente.

Hay un tierno Winnie Pooh bebé colgando del techo con un enorme paracaídas, el pobre lo va a necesitar.

Cuando al nefasto timbre no le da la gana de funcionar tienes que ver de dónde sacas un bate para darle duro a eso, lograr que te abran la puerta y huir con cara de horror.

Aquí entre nos, no hay cosa más desagradable en esta vida que subirse a un bus y encontrarse con la tediosa presencia de dos torniquetes, que no hacen sino estorbar y de paso añadirle una preocupación más a tu aparato psíquico, que a duras penas está tratando de superar la angustia neurótica de hace diez años. Te la pasas todo el bendito tiempo diseñando estrategias para una buena bajada, en la que al menos consigas salir sano y salvo; no sé si sano, pero salvo tal vez.

Y mira al Coletoral, ese tampoco se queda atrás. Un bus donde van más de sesenta personas de pie y violadas, de las cuales más de la mitad lleva una fantasía sexual en ciernes. Sería algo bastante similar a este mensaje de correo electrónico que recibí hace un par de años y cuya fuente desconozco:

«¿Te gusta? ¿Te gusta que te acaricien? ¿Te gusta que te rocen? ¿Te gusta que te hagan transpirar? ¿Te gusta sentir otro aliento a tu lado? ¿Te gusta que te respiren en la nuca y/o en la cara? ¿Te gusta adoptar nuevas posturas? ¿Te gusta llegar hasta el fondo?, ¿o quedarte en la puerta? ¿Te gusta subir? ¿Te gusta bajar? ¿Te gusta entrar? ¿Te gusta salir? ¿Te gusta entrar frío y... salir caliente y transpirando? ¿Sí?, ¿te gusta? ¡¡¡Entonces móntese en un ^&#%@! Caldas Recreo!!! ¡Caldas Recreo hace realidad todas tus fantasías!»

Mis hallazgos, mis extraños hallazgos. Realicé una inescrutable encuesta a cuarenta masas encefálicas con sangre y huesos, esos seres excepcionales que suelen tropezarse diez veces con la misma piedra y le echan la culpa a la piedra (humanos). Aquí os dejo los resultados con una breve interpretación (ver cursivas):


¿Cada cuánto te subes en el bus KRA 54?

• Todos los días:

4 (10%) Suicidas

• Una vez por semana:

2 (5%) Ciclotímicos

• Entre dos y cuatro veces por semana:

2 (5%) Maníaco-depresivos

• Una vez por mes:

1 (2%) Relativamente prudente

• Entre dos y cuatro veces por mes:

1 (2%) Reflexivo

• De vez en cuando:

21 (52%) Sujetos con uno o más de los siguientes cuadros:

1) Elevada tendencia a la cordura

2) Superyó severo

3) Neurosis de angustia (fobia)

4) Libido reprimida

5) Esquizofrenia paranoide

• Nunca jamás:

6 (15%) Bienaventurados

• No conozco ese bus:

3 (7%) Nunca han estado tan cerca de la muerte










FUENTE: Imágenes tomadas de “YO me he montado en los buses de SOBUSA y he SOBREVIVIDO!”, 2009, Facebook. Disponibles en: http://www.facebook.com/group.php?v=photos&gid=16295065206




sábado, 17 de octubre de 2009

No subas el puente y mejor aprende a volar

Últimamente he estado reflexionando un poco sobre la enigmática presencia del puente universitario y su íntima relación con la organización cerebral y los procesos cognitivos. Y es ahora, a mis 19 años de edad, con mi angustia neurótica todavía vigente, cuando me doy cuenta que todos corremos peligro.
¡Sí, señor!, todos corremos peligro y vamos a morir muy pronto si no reaccionamos antes que culmine el ciclo terrestre. ¡Todos los que suben el puente universitario poseen una ligera compulsión a la repetición!
Yo solamente lo subo los miércoles y los jueves en un breve período de latencia porque tengo delirio de persecución y en esos días no sublimo bien. De resto, no hay problema. Triunfo, omnipotencia y negación; la triada maníaca que me consume todos los lunes, martes y viernes en horas de la mañana.
Muchos se preguntarán: ¿qué tiene que ver el puente universitario con la organización cerebral y los procesos cognitivos? Claro que tiene que ver, y bastante. Aquí os dejo una breve interpretación:
1) Vas caminando tranquilamente con un corrosivo sol de 80ºC (y todavía existe gente que puede desplazarse pacíficamente bajo semejantes circunstancias atroces), pero como el clima es raro (todo en esta vida es así: raro), pasa un brisón, te lleva por delante y te estrella contra el poste. Mueres instantáneamente de un Trauma Craneoencefálico (TCE).
Bien, ahora me dispongo a postular unas cuantas razones de otra índole. Básicamente, la modesta opinión de mi estimado colega y amigo Zacarías Candela Del Rio, padre de las futuras Neurociencias Cognitivas, quien se opone rotundamente a subir el puente porque sus condiciones físicas no son aptas para ello.
Y es que, si a duras penas damos para cruzar la calle, mucho menos nos van a dar las extremidades inferiores para subir eso a pleno sol de doce del día; no tienen consideración. Detrás de toda la trama, lo que se esconde no es más que una falta de creatividad, y esta va para quienes lo diseñaron: ¿no se les ocurrió al menos colocarle ascensor o bandas transportadoras de masas humanas similares a las del Centro Comercial Buenavista?
Mi amigo, si lo he comprendido correctamente, se refiere al indiscutible sentimiento de pasividad que le produce el sólo hecho de contemplar la idea de subir el puente.
Dejemos a un lado la cuestión precedente, pero no sin antes dar una muestra de agradecimiento a mi amigo por su valioso aporte que, a mi parecer, goza de argumentos bastante sensatos, y encaremos esta otra: ¿qué propósito de vida, o qué consecuencias favorables trae para los estudiantes el plan de movilizarse de un extremo a otro, empleando como medio un aburrido puente que en este momento es fuente de mi inspiración?
No tiene techito, así que ya se imaginarán una caída en época de lluvia. Los carros y los buses listos para aplastarte, mientras llegas al suelo te das un palmerazo, a los quince minutos aparece el imprudente paparazzi de los periódicos Gore extasiado tomando fotos a la lata y hasta saboreándose el muy desgraciado: ¡Apúrate, apúrate, no mueras sin antes regalarme una sonrisa! (The Jigsaw Puzzle, Soft Gore en vivo otra vez).
...Y si tienes suerte, no te alcanza un rayo.
Por eso insisto: hay que comprar botas anti-resbalantes, rodilleras, paracaídas, cuerdas escaladoras de montañas y un buen casco. Falta ver si de paso algunos se animan a seguir los pasos de Pirry.
Ya lo otro es cuestión de si sabes o no sabes cruzar la calle, porque si no sabes, mejor ahórrate problemas y asume todos los riesgos del bendito puente porque abajo eres víctima segura del infame KRA 54 que va a diez mil millas por segundo y tampoco tiene consideración de nada; el conductor es un asesino en serie y los pasajeros son los suicidas.
Aquella franja de cemento con barandas azules —o entiéndase también azulóxiles, porque tienen tanto óxido que uno realmente no sabe si dejarse caer, o sujetarse ciegamente esperando no morir de tétano en los próximos treinta días (Castro, 2009)— y zona inferior con pinta de espiral alargada, rampa, o como se le pueda llamar a semejante aberración; se convierte en un tedioso obstáculo para mi otro amigo A. Palma, mayor de edad y vecino de esta ciudad, identificado con la Cédula de ciudadanía No. __________ expedida en algún lugar del mundo, quien en el transcurso de los últimos tres meses se ha ido alejando cada vez más de los patacones trifásicos de la famosa fritanga gourmet que se halla ubicada a unos cuantos metros de la universidad —más conocida como “La J. D. P.”, para llegar allá es preciso pasar por “The J. D. P. Boulevard”— porque al ver el puente, percibe una tanática ola de calor que se apodera de él y lo obliga a atravesar la carretera trayendo consigo una terrible frustración por no poder acceder a los tan anhelados patacones. Actualmente, A. Palma presenta un Trastorno Depresivo Mayor (TDM) por la ausencia de patacones, pero J. C. y yo lo estamos ayudando a superar la crisis. A. Palma, te queremos.
Por último, considero oportuno mencionar el extraordinario caso de mi compañero de Artes escénicas: A. Rincón, un sujeto que manifiesta tener los nervios de miseria por haber gastado $200.000 semanales en un pinche bloqueador.

viernes, 24 de julio de 2009

La patraña de las cremas para peinar

Si hay algo que me frustra en esta vida, es una crema para peinar que no sirva precisamente para peinar, sino para dejar el cabello como vaca lamida. Y de paso, el simple hecho de tener que soportar otro fiasco ocasionado por una nefasta mezcla, brebaje de mala índole, o como se le pueda llamar —a fin de cuentas, es lo mismo—.
Cuando era pequeña, no gozaba de una vasta experiencia en la materia; me quedaba la peinilla marcada como si me hubiera peinado con cemento y un rastrillo. Poco a poco, empecé a emplear otras técnicas que me arrojaran resultados más convincentes, y en últimas, resolví quedarme con la menos peor: la de la toalla.
¡Sí, señor!, la famosa técnica de la toalla. Lavas tu cabello como de costumbre, lo peinas salvajemente, aplicas una escasa cantidad de crema en tus manos y la esparces misteriosamente desde las puntas hacia arriba; después te secas el cabello con una toalla, la dejas envuelta en la cabeza, al rato te la quitas y esperas hasta que el cabello se seque por naturaleza propia para luego sí poder proceder con toda confianza a meterte un tiro.
Entonces, aquí está el lado paradójico del asunto:

1. Si aplicas el procedimiento de la toalla, y no te peinas hasta que se seque el cabello, quedará revuelto pero digno (y en cuanto lo peines, dejará de ser digno).
2. Si aplicas el procedimiento de la toalla, y te peinas antes que se seque el cabello, no quedará revuelto, pero sí como si una vaca hubiese pasado la lengua por tu cabeza. Asimismo, tendrás que tolerar las humillaciones suscitadas por un detestable afro.
3. Si no aplicas el procedimiento de la toalla, mejor no te eches nada.

La publicidad posee la particularidad de venderte muchas ideas, de las cuáles, la gran mayoría no son más que una farsa. Así como juegan con tus nociones de volumen —porque he contemplado una suma innumerable de acontecimientos del mismo tipo—, juegan con imágenes de efectos que probablemente ni en tus sueños llegues a obtener.
Este caso de la crema para peinar, es sólo un ejemplo; hay miles de ejemplos más, y seguramente, también existen otras maneras de hacer uso de una indecorosa crema.

domingo, 19 de julio de 2009

Visión murphiana del paraguas

Como ya mencioné en otro de mis artículos, ser pesimista tiene sus ventajas. Me honra y me llena de regocijo el simple hecho de llevar a cabo una exhaustiva reflexión de carácter murphiano. Puedo palpar cómo una desmesurada satisfacción se apodera de mí, purifica el lado más recóndito de mi ser e invade mis más inauditos y abismales sentimientos hasta guiarme por el buen sendero de la paz.
Tengo el honorable placer de presentarle al mundo una de mis tantas críticas al optimismo radical. Esta vez me dispongo a hacerlo con un ejemplo (sí, un ejemplo). Mi voto de confianza va para el señor Edward Murphy y sus discípulos. ¡Una condescendiente reverencia cósmica para todos los optimistas!
Sin más rodeos —y en lo posible evitando caer en una engorrosa monotonía—, expongo mis ideas a modo de sumario mientras me preparo para hacer catarsis. Aquí vamos:
Hay situaciones en las que llevar un paraguas se convierte en un tedioso problema. Tal vez esto obedece a que terminas dándote cuenta que el objeto que supuestamente iba a ejercer la función de cubrirte e impedir que te mojaras, empieza a estorbar. Por ejemplo, cuando está lloviendo con brisa, con o sin paraguas, igual te mojas (esta va para los nobles esperanzados). En esos casos, creo que es mejor continuar con el rumbo de la vida sin la indecorosa presencia de un paraguas, que de paso supone una carga innecesaria para tus manos.
Pero bueno, quién quita que un optimista fiel visione todo lo contrario. “Todo para bien, nada para mal”, “no me voy a mojar, no me voy a mojar” (no me voy a mojar y me mojé...), “el agua es vida” (capaz que te caes en un pozo y sigues pensando lo mismo), “no importa, me bañé, qué rico” (a ver si piensas lo mismo con el resfriado). Y otras diez cuartillas cargadas de justificaciones de la misma índole.
A continuación, añado un aporte de Murphy en relación con la lluvia.

Apéndice a la Ley de Murphy: de la lluvia y otras inclemencias atmosféricas

• Si no llevas paraguas, lloverá en cuanto salgas a la calle (aunque haya hecho un día estupendo hasta entonces).
• Si no llevas paraguas, pero empieza a llover cuando salgas a la calle, y vuelves a casa por un paraguas, dejará de llover en cuanto pongas el pie de nuevo en la calle.
• Si llevas el paraguas encima durante todo el día, no lloverá.
• Si empieza a lloviznar, pero te resistes a abrir el paraguas “porque son cuatro gotas”, empezará a llover a torrentes.
• En cambio, si empieza a lloviznar y abres el paraguas, dejará de llover inmediatamente, para empezar a llover de nuevo en cuanto lo cierres.

lunes, 29 de junio de 2009

La Masacre del Hielo

En un principio mis temerosas y catastróficas conjeturas apuntaban a que el fundamento de todo esto subyacía en la menopausia. Sin embargo, actualmente estoy empezando a revisar el asunto con un poco más de sensatez.

No es una novedad el simple hecho de ser una víctima más del funesto calor que agobia a más del 50% de todos los organismos que habitan en esta ciudad. Te acabas de bañar, y si no enciendes el abanico: a ver si soportas el calor. Es curioso observar cómo puedes llegar a captar incluso el triple del calor que sentías antes de haberte bañado (si no enciendes el abanico).

Las condiciones climáticas actuales arrojadas por los datos señalan lo siguiente:


Despejado

81º F

Sensación: 88º F

Punto de condensación: 79º Fahrenheit

Humedad: 94%

Viento: 7 MPH NE

Salida del sol: 5:39 A.m.

Puesta del sol: 6:25 P.m.


De resto, no queda sino atenerse a las consecuencias: el cabello seco, la cara brotada, un Síncope por calor, un ACV (Accidente Cerebro Vascular) y quizá hasta un molesto cáncer de piel. A eso le sumamos las terroríficas implicaciones psicológicas que van desde un elemental cambio del estado de ánimo —que puede terminar convirtiéndose en una cáustica bipolaridad— hasta un cuadro clínico propio de la neurosis.

Te vuelves consciente, percibes cómo el calor atraviesa tu ropa y recorre lentamente todo tu cuerpo hasta masacrarte y hacerte estallar en cólera. Ahora no sólo lo experimentas, ahora lo sabes. He ahí una de las posibles etiologías de la neurosis de nuestros tiempos: el calor.

En mi opinión, no es tan intrincado describir el estado psicológico en que se halla un individuo a la hora de presentar semejante cuadro. Más bien, logro concebirlo como algo simple. Tan simple como cuando te encuentras en una reunión, y así esté el aire acondicionado encendido y tengas un abanico en la cara: sigues muriendo. Entonces optas por ahorrarte cualquier tipo de comentarios porque intuyes que a la larga vas a terminar embarrándola si abres la boca. No obstante, por dentro estás agonizando, no puedes más, le estás mentando la madre al pobre aire que no tiene la culpa de tus desgracias. Tu ejecutivo central parece desentenderse de la situación, el enfoque y concentración de tu actividad mental están en todas partes menos en la trama de la conversación; estás a punto de padecer de un TDA/TDAH (Trastorno por déficit de atención, con o sin hiperactividad). Pero ni modo, te toca aguantarte, tienes que reprimir tus impulsos salvajes si no quieres ocasionar un terrible caos en el despacho.

También puedes intentar irte por otra vía —eso sí, menos plausible—, como levantarte del asiento en que te encuentras aplastado(a) y gritar que no puedes más, que te largas porque el calor ya te sacó de quicio, que te vas a bañar hasta que se te reseque toda la piel y quedes como una uva pasa. Le bajas la temperatura al aire, pateas el abanico, abres la nevera y te dispones a lanzar hielos por toda la calle con una vehemente crueldad que pone en duda tu reputación. Tu respuesta emocional es prácticamente inconcebible, ni siquiera alcanza a pasar por el Neocórtex. La sangre te hierve, tus labios están rojos y vas perdiendo el control en cuestión de segundos. Sacas todo, pero absolutamente todo lo que reprimiste en tu infancia. Luego te cae la justicia encima, sacándote en cara el famoso Artículo 111 de la Ley 599 de 2000 —por la cual se expide en el Código Penal— y acusándote por lesiones personales (El que cause a otro daño en el cuerpo o en la salud, incurrirá en las sanciones establecidas en los artículos siguientes”). Y tú —como siempre, justificando todo, que decepción— respondes que no tienes la culpa, que nada más se te activó el Reptil y no pudiste evitar desatarte. La gente sorprendida y diciendo “ay, pero si es de buena familia” (como si eso fuera garantía de que el hijo no va a ser una futura lacra...). Todo porque mientras lanzabas hielos —en medio de tu crisis irresponsable— no tuviste la precaución de al menos ver a quién se los lanzabas.

jueves, 18 de junio de 2009

Desde que tocaste mi piel

A mis dieciséis años, era la primera vez que lo hacía (dicen que esa es la edad perfecta para hacerlo, pero yo todavía no estoy tan segura). Nunca antes había tenido una experiencia de ese tipo, por lo que era de esperarse que en ese instante me invadiera una fuerte curiosidad. Admito que me dejé llevar por la ocasión, no pude inhibir lo que sentía, no fui capaz de apartar la curiosidad de mi camino y por ello tuve que pagar un alto precio: el precio del sufrimiento.
No me juzguen, yo también tengo derecho a probar cosas nuevas. Además, —como menciona mi estimado profesor— el Artículo 16 de la Carta Política dice que tengo derecho a un libre desarrollo de la personalidad ("Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico"). Yo no tengo la culpa, no puedo reprimir mis emociones porque después me vuelvo neurótica.
Apenas estoy empezando a vivir y es normal que quiera indagar un poco sobre el mundo. De igual forma, no soy el único ser que comete errores en este planeta, y supongo que algún provecho podré sacar de todo esto —me asusta pensar que quizá esto no sea más que una mera justificación de mis actos de vandalismo—. En todo caso, creo que merezco un poco de comprensión.
Sí, es cierto, me arrepentí de haberlo hecho; me sentía sucia, como una lacra. Pero ya era demasiado tarde, ya no podía regresar el tiempo y arreglar todo lo que hice mal; ya la había embarrado y tenía aceptar la situación con la poca dignidad que me quedaba, tenía que dar la cara. Y en vista de hallarme perdida en el laberinto oscuro de la culpa, comencé a reflexionar, a pensar que la vida no era una payasada y que ya era hora de actuar con un poco más de seriedad; ya era hora de entender de una buena vez que todas y cada una de mis aventuras mágicas implicaban consecuencias catastróficas. Desde que tocaste mi piel, nada es igual...
Me inspirabas confianza, no lo puedo negar. Me llené de ilusiones y tal vez te atribuí cualidades que no tenías (¿transferencia?), deposité más del 50% de mi confianza en ti. Creé falsas expectativas que poco a poco tuve que ir borrando de mi mente. No voy a afirmar que te amo, porque a decir verdad: ya no siento nada. Pero sí quiero que sepas que en algún momento significaste mucho para mí, fuiste una luz y en cuestión de segundos cambiaste el tono de mi piel con sólo tocarme. Sin embargo, no te imaginas el daño tan terrible que ocasionaste en mi vida (y en mi cuerpo...). Desde que te apoderaste de mi cuerpo, todo es distinto.
Te quise olvidar alejándome de ti, apartándote de mi vida. Pero no fue fácil, dejaste huellas, dejaste cicatrices que me hicieran recordarte (sobretodo en el cuello...). Me horrorizaba el simple hecho de salir a la calle, me daba vergüenza que todos notaran lo que me habías hecho. Duraba horas y horas bañándome para borrar indicios de que vos hubieras tocado mi piel algún día.
Al principio me sentía orgullosa, no lo puedo negar. Salieron a flote mis dotes narcisistas y pasaba todo el día frente al espejo repitiendo mentalmente una que otra frase y contemplando mi piel después de haber sido tuya. No había un solo día que no sonriera a mis semejantes, en esa época mi vida adquirió un sentido diferente, al menos tuve la oportunidad de ver el mundo con otros ojos.
Los hechos se dieron en mi cuarto, y lo más tétrico es que ni siquiera tomé la precaución de cuidarme. Sé que las circunstancias no se prestan para remordimientos, pero no puedo más, necesito decirlo: ¡ME DA TRISTEZA HABER PERMITIDO QUE UN NEFASTO AUTOBRONCEADOR HICIERA CONTACTO CON MI PIEL!

lunes, 15 de junio de 2009

Aprende a engañarte

No creo que esta vida se preste para estar todo el tiempo fraternizándose con la Ley de la Atracción. ¿Será que El Secreto (The Secret) es una farsa?, ¿optimismo versión Marketing? Dicen por ahí que el médico no es famoso porque cura, sino que cura porque es famoso.

Sí, cambia tu paradigma, eso es cierto; si empiezas a ver la vida con otros ojos, notarás un cambio. Es de suponerse que si te empiezas a sentir como un fracasado, lo serás. Pero el mundo no lo vas a cambiar a punta de optimismo (ni siquiera eres capaz de arreglar tu vida, mucho menos vas a cambiar el planeta), solamente cambias tu visión, tu creencia. Además, tampoco es garantía de que no vayas a tener un fracaso.

Esa película de El Secreto me parece una payasada elegante para que aprendas a engañarte. Es preferible que te dediques a pensar seriamente que ya es hora de hacer algo por tu vida —no sea que termines otorgándole un título de: “El mundo mágico de (tu nombre), donde todo es mentira”—. Los logros no los vas a alcanzar por “obra y gracia del Espíritu Santo” (o de El Secreto), si quieres ser una eminencia en el mundo intelectual, tienes que quemarte el cerebro leyendo y elaborando cuanta información se te atraviese por el camino.

Que si no consigues pareja, entonces basta con que la visualices y pronto llegará a la puerta de tu casa (partiendo de ese principio: ¿los feos son feos porque se imaginan feos? Tengo claro que este comentario se presta para una larga discusión por la subjetividad que encierra el concepto de belleza). Sí, claro, y ¿si se trata de que tuviste un problema en la infancia con uno de tus padres, y todas tus relaciones fracasan porque sin darte cuenta lo ves reflejado en los que se te acercan?

Lo mismo va para algunos libros de autoestima, que en la parte posterior dicen: “comience repitiendo todos los días: “soy un campeón”, “mi vida es lo mejor”, “irradio paz y amor”; así no lo sienta, sólo repítalo y poco a poco verá los resultados”. ¿Sabes cuáles son los resultados? Perder quince minutos diarios de tu valioso tiempo, que semanalmente vendrían siendo nada más ni nada menos que ciento cinco minutos, osea una hora y cuarenta y cinco minutos, es decir seis mil trescientos segundos de tu existencia.

Está bien que imagines cosas lindas (que al menos la imaginación te sirva para algo), que tengas aspiraciones, que traces tus metas, etc, etc. Sí, eso está bien —porque sino: ¿entonces cómo más nos movemos en este universo?— pero no vayas buscando los medios a ver si te van a caer del cielo... Como ya sabemos: todo en esta vida cuesta.

Yo particularmente pienso que ser pesimista tiene sus ventajas. Pero bueno, eso del pesimismo ya es tema de otro artículo. Y para no alargar más la historia (vamos al grano, de lo simple se puede sacar mucho...), aquí hay un video de “Autoayuda” de Leo Maslíah (sin pendejadas ni adornitos raros) para que aprendas a salir del hueco.

viernes, 12 de junio de 2009

Sección de lácteos

¿Los supermercados están enhuesados con los frascos de “Crema agria” que se encuentran ubicados en la sección de los lácteos —junto al suero—?, ¿hay gente que compre eso? Es que siempre que paso por ahí, veo los mismos tres frascos —con cara de “llévame y cómeme”— que veía en el mismo sitio hace como diez años (tal vez sólo sea producto de mi humilde y catastrófica percepción). Los pobres están decepcionados de la vida, deben estar aguantando buen frío.
Y del “Requesón”, mejor ni hablar. No logro comprender cómo es posible que a estas alturas de la vida, a alguien se le pueda ocurrir que semejante mezcla absurda llegue a formar parte de las representaciones mentales que otros seres como yo poseen de una “comida deliciosa”. Hace un par de años tuve la desdicha de probar esa fea crema —si es que a eso se le puede llamar crema— y me pareció horrible, asquerosa. Además, se me quemó el paladar.
Para empezar, no sabía que no tenía sal; así que, cuando esa sustancia ingresó a mi organismo, sentí que se me puso la cara azul. Entonces tomé la decisión de echarle un poco de sal, pero aún así —por defecto de fábrica—, seguía sabiendo a talcos Mexana con queso viejo, leche y sal. Ya hablando un poco de gustos, no me gusta la leche, pero tolero uno que otro yogurt (con sabor) y el suero y el queso me pasan, pero la leche sola no. Ah, los yogurtcitos “Activia” de fresa son ricos, saben a Alpinito ("Te alimenta y sabe rico"...) pero el de ciruela no me simpatiza para nada. Y ya me aburrí del Alpinette. El Bon Yurt me da igual, aunque a decir verdad: creo que comer Zucaritas con yogurt, es como comerse un tarro de Nutella con una saltinita. Las personas no comen Saltinas con Dip, comen Dip con Saltinas; pero por cuestiones de autoestima (¿delirio de grandeza?) no lo aceptan, no aceptan las intenciones conductistas que tienen con la galleta, que a la larga lo único que les está haciendo es un favor.
Hay cosas que a la gente le parecen desagradables, pero que a mí en lo particular me agradan, por ejemplo: la Emulsión de Scott. Es rica, tan rica como para hacer unas paleticas y comérselas (...).
Suena ordinario, pero si nos ponemos a pensar un poco: hay cosas más ordinarias en esta vida, como tomar champaña con patacón, eso sí es ordinario.

lunes, 8 de junio de 2009

Champín, champaña para niños

¿Por qué todavía existe gente en este planeta que compra “Champín, champaña para niños”?, ¿será que no se han tomado el trabajo de leer el aviso que dice: “sin alcohol”? Lo mismo va para el “Wishin” y el “Ronsin”. En pocas palabras: estás comprando Frutiño disfrazado, te están metiendo los dedos en la boca, te están viendo la cara de bobo(a).

Una botella con papel dorado, la imagen de un payaso ridículo con tendencias homicidas, y un montón de burbujitas antiestéticas. A eso le sumamos unas cuántas frases aparentemente inocuas —pero a la vez con intenciones propias de un intento de Coco Wash—: “¡diviértete a lo grande!”, “bebida para fiestas juveniles”, “sin alcohol”. ¿En serio creen que en una fiesta, los jóvenes de hoy van utilizar una “inofensiva” bebida sin alcohol como esa para divertirse “sanamente”? Como están las cosas, lo dudo. Hace poco vi una noticia en el periódico: “niño de diez años termina internado en la clínica por fuerte borrachera”. Y no creo que haya sido borrachera psicológica por efecto placebo del refresco Champín.

Por cuestiones pavlovianas, los niños asocian la botella de Champín (“bebida inofensiva que pueden ingerir autónomamente sin ninguna clase de problemas”) con una botella de champaña, cosa que incita al consumo de alcohol —y quién sabe si también al consumo de sustancias psicoactivas como medio no apropiado para procurar resistir la atroz depresión ocasionada por semejante brebaje de mala índole—. Precisamente, por esa razón es que la hacen parecida [la botella], para que el pequeño crea que está tomando alcohol. Y aparte de eso, la colocan en la sección de licores (Marketing). Si esa bebida viniera en cajitas o en latas, probablemente no tendría tanto éxito en el mundo de las ventas.

Es un refresco bastante asqueroso, hace unos años lo probé accidentalmente (y al mismo tiempo por curiosidad). Tuve fiebre de 39º, mis ojos se retorcían lentamente, botaba espuma por la boca y se me rompió la homeostasis.

Es cierto que “es preferible que un niño beba Champín, a que consuma bebidas alcohólicas”, sí, pero también es cierto que daría casi lo mismo servirle Frutiño en una copa, o echar cualquier refresco en una botella y luego dárselo. A la larga lo que está cambiando sus representaciones mentales es la botella, no el líquido.

Ese tipo de fenómenos devastadores no sólo se ven con los refrescos, también tenemos los famosos cigarrillos de chocolate, los Peta Zetas (¿éxtasis?), y otros productos más que seguramente en este momento estoy ignorando.

Entonces ves un niño con gafas oscuras, un cigarrillo de chocolate en la mano, Peta Zetas en el bolsillo, y una copa de Champín, sosteniendo la mirada y diciéndote: “¡hey qué!, ¿cómo vas?, ¿cómo anda todo?, ¿todo bien valemía?, ¡firme!”. El pobre, al parecer se siente realizado, “más persona”, o quizá “más maduro”.

jueves, 4 de junio de 2009

Ganador 9999

¿Han sido testigos de esos peculiares avisos de “Felicitaciones, eres el ganador 9999, haz click aquí”, que emergen misteriosamente —como “por arte de magia”— de las páginas chafas? Yo sí, y no una vez, sino muchas. Por lo general, la mayoría suele presentar un excéntrico color verde intenso que viaja rápidamente por tu nervio óptico para luego trasladarse hacia tu corteza visual primaria y crearte un molesto daño perceptual.
Me aterra el intelecto de unas cuantas personas que te llevan más de treinta años de experiencia, pero que de edad mental aparentan tener tres años, o quizá menos. Por ejemplo, hace poco un ser humano que conozco me llamó para darme “la mejor noticia de su vida”; por su voz parecía estar nadando en una profunda felicidad prácticamente equiparada con el éxtasis. Aquí os presento la breve conversación/historia:

- ¡Gané! Sí señor, gané.
- ¿Qué ganaste?
- Mil millones de dólares, ¡soy millonaria!
- ¿Cómo ganaste?
- Fue tan fácil... nada más le di click al aviso de “Eres un feliz ganador”, ¡gracias Dios mío!
- Consigue un revólver por favor (y ve pensando cómo te las vas a arreglar para erradicar la indecorosa presencia de un virus en tu computador...).

Las personas así me dan miedo —y a la vez me preocupa que todavía estén sueltas, porque suponen una terrible amenaza para el planeta—, sin lugar a dudas necesitan más terapia que yo. ¿Qué es lo que pasa en esos casos?, ¿una falla en la sinapsis?, ¿deterioro a nivel de prefrontales? Quién sabe, habría que ver qué es lo que les sucede. Cuando yo era joven (...), no solía presentar ese tipo de conductas, pero bueno.

Pruebas de razonamiento abstracto VS tu inteligencia

Una cuestión que me llena de intriga y a la vez invade mis más profundos y espeluznantes sentimientos: ¿qué persona no ha padecido su primera crisis narcisista gracias a uno que otro ejercicio de naturaleza numérica?

Las pruebas de razonamiento abstracto no son más que un potente medio psicológico académico-intelectual encargado de abrirte un poco los ojos para que descubras de una vez por todas que tu inteligencia tiene límites, y que tu nefasto delirio de grandeza puede ser aniquilado en unos cuantos segundos sin tú poder hacer algo para remediarlo. Por más que te esfuerces —y así lo niegues—, nunca falta el ejercicio que te queda grande.

Entonces vienen las frustraciones, empiezas a sentirte como un diminuto y aterrador gusano de seis patas (de esos que ejecutan movimientos sexys para intimidarte y luego abusar de tu inocencia), y contemplas a la humilde hoja con una vehemente animadversión (como si ella tuviera la culpa de tu ineptitud). Vienen los remordimientos, te quedas estático(a) estudiando juiciosamente el papel, percibes una que otra RGP (Respuesta Galvánica de la Piel) y de repente te das cuenta que tu cabello no está tan quieto/sedoso como normalmente solía estar, notas que tienes un depravado afro; tienes el cabello como trapero de calabozo. ¿Qué otra cosa podría pasar? Nada. O tal vez sí, una hemorragia en el prefrontal y que se te explote la amígdala para que no llores más nunca en la vida.

Seguídamente, dejas el problema “en incubación” y te dispones a esperar la virtuosa presencia de un estimado Insight (“Descubrimiento súbito”), pero resulta que el Insight nunca llegó, y te tocó aceptar la situación con la poca dignidad que te queda: fracasaste, no diste con la respuesta.

Podríamos afirmar con gran orgullo que tuviste una crisis narcisista y quién sabe si la primera, de ser así: ¡qué ternura!

Pero eso no es todo, después de ver cómo otro humano lo resuelve sin ningún tipo de inconvenientes ni problemas emocionales, tienes el descaro de decir: “claro, en el fondo sabía que esa era la respuesta”. Osea que aparte de narcisista, eres víctima de una propensión retrospectiva, y quién sabe si también puedas terminar con una terrible distimia.

¿Ya lo ves? Así de compleja, turbia y efímera es la vida, puedes acabar suicidándote por no soportar una crisis ocasionada por un inocente juego —que seguramente, si pudiera hablar, te diría: “no tengo una cognición como la tuya, pero me burlo de ti”—.

miércoles, 3 de junio de 2009

Carritos de paletas, tazos y Milo

Hay aspectos de la vida que probablemente a muchos seres humanos les toma meses, o incluso décadas asimilar (me incluyo en la lista).
Por ejemplo: ¿cómo se sostienen los carritos de paletas de Crem Helado? Dicho de otro modo más específico: ¿cómo hace una empresa que tiene más de cincuenta carritos de paletas, donde la mayoría a lo mucho sólo vende dos paletas diarias? En serio no lo digo con intenciones propias de una persona que mira todo con desdén, simplemente es un interrogante al que llevo como diez años tratando de suministrarle una respuesta coherente basada en datos contrastables con la realidad (ese concepto de realidad se presta para una larga discusión, pero bueno). ¿Pagan por lo que vendan?, o ¿tienen un sueldo fijo? No sé, si es por sueldo fijo, creo que la empresa habría entrado en quiebra hace mucho tiempo.
Cuando yo tenía diez años, los carritos de paletas eran como la salvación de la vida, una esperanza para aquellos que vivían sumergidos en una profunda y caótica crisis existencial, una manera de llenar todos los vacíos de tu vida sin necesidad de irte por caminos de peor índole (...); las paletas te proporcionaban al menos un poco de cariño. Pero noto que ahora es diferente, ahora ves un carrito de paletas pasando por la cara de un niño, y el niño ni se mosquea, no le da la más mínima importancia.
Lo mismo va para los tazos que vienen en los chitos: todo el mundo los ignora, pobrecitos.
En cambio, hace unos años veía a los niños muriendo de emoción, con la prosodia en acción ante un pinche tazo de pasta que en el mundo hace lo mismo que suelen hacer los adornitos “fashion” que mencioné en otro de mis artículos.
Entonces, ¿están avanzando cognitivamente? [los niños], ¿van como la “Curva de desarrollo en U” que mencionan los modelos conexionistas al hacer referencia al lenguaje (verbos regulares, irregulares, Sobrerregulación...)?, ¿o sencillamente las paletas ya ocasionaron el famoso “Efecto inundación”? Quién sabe, habría que ver, en mi opinión, las paletas siguen siendo ricas.
Por otro lado, he estado cuestionándome unas cuantas cosas, entre esas: el Milo. Pero no voy a darle muchas vueltas al asunto, nada más dejo la inquietud.
Si le echas sal al Choco Listo, ¿sabe a Milo?, ¿será? (un poquito de sal, ahora no seas tan bestia y no vayas a hacer como cierta persona que conozco, que le echó un kilo de sal al Cheese Cake pensando que era azúcar, pero igual se lo comió “para no desperdiciarlo”; sin lugar a dudas esa persona necesita mínimo treinta años de terapia).

viernes, 29 de mayo de 2009

Pronóstico de un cerebro quemado

Me duele la cabeza y mi ejecutivo central se fue de viaje, me abandonó, decidió prescindir de mí por unos instantes —y posiblemente por el resto de la vida si la Ley de la Gravitación Selectiva se ejecuta otra vez—. Quién sabe si algún día vuelva a rescatarme de la desdicha terrestre que consume a más del 50% de todos los seres que se hacen llamar humanos. No quiero quedarme/perderme única y exclusivamente en el plano neuronal que menciona Neisser, y tampoco quiero ser un ente pasivo en el mundo.
Creo que este espeluznante dolor de cabeza no es más que un presagio, algo que me indica que voy a morir pronto. Así que desde ya, iré escribiendo mis mensajes para el mundo.
O tal vez sólo sea una prueba de que mi cerebro se está empezando a quemar, y que no resistía tanto como creía. Ah, y de paso una crisis narcisista más para el repertorio de Trastornos de la personalidad del Grupo B (dramática/errática) de mi DSM-IV en clave autobiográfica.
Y es que con tanta poda neuronal de las glias, delirios conexionistas, constantes ataques narcolépticos y crisis existenciales que nunca faltan, ¿qué otra cosa se podía esperar? No estoy lejos de ser víctima de una monstruosa cataplexia y un deterioro de corteza prefrontal, sospecho que este enlentecemiento cognitivo que tengo es prueba de un conflicto interno que debo superar poco a poco para adquirir más campo de procesamiento —o en su debido defecto, dotarlo de mayor eficacia y de esa manera lograr que el sistema se ajuste a las demandas del ambiente—. Voy a acudir al Chunking y proceder a reducir y elaborar más la información proveniente de los estímulos del medio, y seguidamente ocuparme de mi desarrollo cognitivo.
En todo caso, mientras siga teniendo al menos el plano cognitivo en pleno funcionamiento, más las funciones básicas del tallo cerebral (respiración, ritmo cardíaco, etc.), y pueda quitarme uno que otro automatismo de esos que a la larga te destrozan y masacran tus más profundos sentimientos —que quede claro que no estoy diciendo que todos los automatismos son malos, son adaptativos porque ahorran recursos de la corteza cerebral—, creo que podré continuar con mi misión.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Crisis narcisista de la galleta

Como las galletas Saltinas: todo el mundo las compra, pero a nadie le gustan. No es que sean feas, sino que solas no tienen gracia.
Entonces compras un frasco de arequipe —o en su debido defecto, Nutella— y te dispones a comer “galletas con arequipe”, pero las galletas solamente las ingieres para disimular tu irracionalidad, tu bestialidad, tu salvajismo, tu excesiva monstruosidad (porque si te comes el arequipe sólo, supuestamente es malo). Y luego tienes el descaro de decir: “mira que saludable soy, como galletas con arequipe en vez de comer arequipe sólo; mira cómo me cuido, es que tanta azúcar... el páncreas, la diabetes, bla, bla, bla...”.
Y resulta que te comiste el tarro de 400 gramos con una diminuta e inofensiva galleta que no tiene la culpa de tu rechazo instintivo, y que además tiene que aguantarse tus malas caras y tu terrorífica mirada con los ojos entrecerrados como chino volando cometa a las doce del día; la pobre galleta siente que la vida la aplasta porque percibe tu animadversión. Como si fuera poco, gracias a tus atroces actos de vandalismo cargados de profunda violencia, corrupción e irresponsabilidad; la saltinita tiene la oportunidad de vivenciar su primera crisis narcisista —que casi siempre termina en crisis existencial, y después en suicidio—.
Ni siquiera puedes afirmar que te lo comiste [el arequipe], porque en términos estrictamente literales, más bien diríamos que lo engulliste, te lo embutiste (y todos los sinónimos que existan en este cáustico planeta). A la larga hubiera dado lo mismo que te tragaras el arequipe sólo, pero la vida es así...

domingo, 24 de mayo de 2009

Rareza existencial

Como siempre el ser humano inventando cosas raras y destruyendo la naturaleza. Pero bueno, en este caso me refiero a la rareza que consume al caótico mundo. Y en lo posible, trataré de exponer mis ideas a modo de resumen, puesto que si no lo hago de ese modo, podría extenderme hasta diez cuartillas más y de paso ser víctima de un deterioro a nivel de Neocórtex.
Hay cosas que no entiendo para qué existen, por ejemplo, los adornitos “fashion” que se colocan encima de los lápices (no son borradores). Y que ni siquiera saben la razón de su humilde existencia, pobrecitos.
He estado haciendo mis prácticas de autorregulación para soportar la catastrófica presencia de esos objetos y el daño perceptual que suponen, y he llegado a la conclusión de tener que acostumbrarme a vivir con ellos, porque como dice la Teoría cognitiva del estrés: “hay situaciones que no puedes cambiar, pero sí puedes atribuirles otro significado”.
Así como tampoco es de extrañar que a estas alturas de la vida tengamos que presenciar conductas anormales que no encajan en ninguna patología. Entre esas, el caso de la lluvia: nunca falta la señora que pasa corriendo con las manos en la cabeza y mirando hacia el suelo porque cree que de esa manera le va a caer menos agua (según ella). Escenas de ese tipo son las que estropean la visión que todos tenemos de la lluvia —no sé si a ustedes les ocurra lo mismo, pero en lo personal me agradan los días oscuros y fríos, me parecen interesantes—.
Siguiendo el mismo criterio, pero a la vez cambiando un poco de enfoque, les hago una pregunta: ¿Han probado las famosas gelatinas blancas y harinosas que vienen envueltas en un paquete tipo “dulces de la región”? —hechas con patas de vaca muerta, igual a las otras gelatinas, la diferencia es que las otras no te rompen la homeostasis—. Yo sí, son feas, la última vez que comí una casi muero.
Llevo 18 años tratando de revelar el misterio de mi existencia, y al mismo tiempo cuestionándome cuántas personas en el mundo creen que esas gelatinas son ricas. Quisiera saber en qué momento fue que esa sustancia empaquetada empezó a hacer parte del mundo de las ventas, y en qué momento empezó a tener un significado romántico para los humanos.

sábado, 23 de mayo de 2009

Los fiascos del lenguaje

Si bien hay muchos aspectos de la vida que despiertan poderosamente el enfoque y concentración de mi actividad mental, uno de ellos es el lenguaje y las “maravillas” que el ser humano hace con él. Ese es el tema que voy a comentar brevemente en este espacio.
Nunca faltan los antiestéticos conceptos fresas que la juventud de hoy suele emplear reiteradamente: “full barro hey”, “ay, pero mira que kiut”, “que fashion”, “osea”. Ya no es tan común como antes, pero igual se oyen. Ahora prima más lo coleto: “hablate valemía”, “pagó”, “sisa cole”.
Y dónde me dejan los indiscutibles y vergonzosos cambios radicales de ortografía —que no son más que una falla en la transducción, y de paso un atentado hacia la Gramática Universal—, “amiwOz lozZ amo, zoii f3liz”. Creo que a los 81 años, Chomsky lo único que puede sentir es vergüenza ajena ante semejante tipo de fenómenos devastadores que deterioran la calidad y elegancia del lenguaje humano.
Por otro lado, los desdeñosos “cariñitos” de la gente que no te ve desde los cinco años y te recibe con una latosa sonrisa prefrontal seguida por la endeble frase “estás repuesta”. Pensándolo bien, suena más afable decir: “pareces una cerda putrefacta recién salida de la alcantarilla”.
Tantos eufemismos sueltos... y la gente se queda en la simpleza de la vida. Usen la creatividad, extrapolen, no se queden en lo elemental. Usen el Google-Fu que llevan en lo más profundo de sus sentimientos, “cuando eres capaz de decir lo mismo de distintas maneras, quiere decir que estás aprendiendo a vivir”.