Si hay algo que me frustra en esta vida, es una crema para peinar que no sirva precisamente para peinar, sino para dejar el cabello como vaca lamida. Y de paso, el simple hecho de tener que soportar otro fiasco ocasionado por una nefasta mezcla, brebaje de mala índole, o como se le pueda llamar —a fin de cuentas, es lo mismo—.
Cuando era pequeña, no gozaba de una vasta experiencia en la materia; me quedaba la peinilla marcada como si me hubiera peinado con cemento y un rastrillo. Poco a poco, empecé a emplear otras técnicas que me arrojaran resultados más convincentes, y en últimas, resolví quedarme con la menos peor: la de la toalla.
¡Sí, señor!, la famosa técnica de la toalla. Lavas tu cabello como de costumbre, lo peinas salvajemente, aplicas una escasa cantidad de crema en tus manos y la esparces misteriosamente desde las puntas hacia arriba; después te secas el cabello con una toalla, la dejas envuelta en la cabeza, al rato te la quitas y esperas hasta que el cabello se seque por naturaleza propia para luego sí poder proceder con toda confianza a meterte un tiro.
Entonces, aquí está el lado paradójico del asunto:
1. Si aplicas el procedimiento de la toalla, y no te peinas hasta que se seque el cabello, quedará revuelto pero digno (y en cuanto lo peines, dejará de ser digno).
2. Si aplicas el procedimiento de la toalla, y te peinas antes que se seque el cabello, no quedará revuelto, pero sí como si una vaca hubiese pasado la lengua por tu cabeza. Asimismo, tendrás que tolerar las humillaciones suscitadas por un detestable afro.
3. Si no aplicas el procedimiento de la toalla, mejor no te eches nada.
La publicidad posee la particularidad de venderte muchas ideas, de las cuáles, la gran mayoría no son más que una farsa. Así como juegan con tus nociones de volumen —porque he contemplado una suma innumerable de acontecimientos del mismo tipo—, juegan con imágenes de efectos que probablemente ni en tus sueños llegues a obtener.
Este caso de la crema para peinar, es sólo un ejemplo; hay miles de ejemplos más, y seguramente, también existen otras maneras de hacer uso de una indecorosa crema.
Cuando era pequeña, no gozaba de una vasta experiencia en la materia; me quedaba la peinilla marcada como si me hubiera peinado con cemento y un rastrillo. Poco a poco, empecé a emplear otras técnicas que me arrojaran resultados más convincentes, y en últimas, resolví quedarme con la menos peor: la de la toalla.
¡Sí, señor!, la famosa técnica de la toalla. Lavas tu cabello como de costumbre, lo peinas salvajemente, aplicas una escasa cantidad de crema en tus manos y la esparces misteriosamente desde las puntas hacia arriba; después te secas el cabello con una toalla, la dejas envuelta en la cabeza, al rato te la quitas y esperas hasta que el cabello se seque por naturaleza propia para luego sí poder proceder con toda confianza a meterte un tiro.
Entonces, aquí está el lado paradójico del asunto:
1. Si aplicas el procedimiento de la toalla, y no te peinas hasta que se seque el cabello, quedará revuelto pero digno (y en cuanto lo peines, dejará de ser digno).
2. Si aplicas el procedimiento de la toalla, y te peinas antes que se seque el cabello, no quedará revuelto, pero sí como si una vaca hubiese pasado la lengua por tu cabeza. Asimismo, tendrás que tolerar las humillaciones suscitadas por un detestable afro.
3. Si no aplicas el procedimiento de la toalla, mejor no te eches nada.
La publicidad posee la particularidad de venderte muchas ideas, de las cuáles, la gran mayoría no son más que una farsa. Así como juegan con tus nociones de volumen —porque he contemplado una suma innumerable de acontecimientos del mismo tipo—, juegan con imágenes de efectos que probablemente ni en tus sueños llegues a obtener.
Este caso de la crema para peinar, es sólo un ejemplo; hay miles de ejemplos más, y seguramente, también existen otras maneras de hacer uso de una indecorosa crema.