lunes, 29 de junio de 2009

La Masacre del Hielo

En un principio mis temerosas y catastróficas conjeturas apuntaban a que el fundamento de todo esto subyacía en la menopausia. Sin embargo, actualmente estoy empezando a revisar el asunto con un poco más de sensatez.

No es una novedad el simple hecho de ser una víctima más del funesto calor que agobia a más del 50% de todos los organismos que habitan en esta ciudad. Te acabas de bañar, y si no enciendes el abanico: a ver si soportas el calor. Es curioso observar cómo puedes llegar a captar incluso el triple del calor que sentías antes de haberte bañado (si no enciendes el abanico).

Las condiciones climáticas actuales arrojadas por los datos señalan lo siguiente:


Despejado

81º F

Sensación: 88º F

Punto de condensación: 79º Fahrenheit

Humedad: 94%

Viento: 7 MPH NE

Salida del sol: 5:39 A.m.

Puesta del sol: 6:25 P.m.


De resto, no queda sino atenerse a las consecuencias: el cabello seco, la cara brotada, un Síncope por calor, un ACV (Accidente Cerebro Vascular) y quizá hasta un molesto cáncer de piel. A eso le sumamos las terroríficas implicaciones psicológicas que van desde un elemental cambio del estado de ánimo —que puede terminar convirtiéndose en una cáustica bipolaridad— hasta un cuadro clínico propio de la neurosis.

Te vuelves consciente, percibes cómo el calor atraviesa tu ropa y recorre lentamente todo tu cuerpo hasta masacrarte y hacerte estallar en cólera. Ahora no sólo lo experimentas, ahora lo sabes. He ahí una de las posibles etiologías de la neurosis de nuestros tiempos: el calor.

En mi opinión, no es tan intrincado describir el estado psicológico en que se halla un individuo a la hora de presentar semejante cuadro. Más bien, logro concebirlo como algo simple. Tan simple como cuando te encuentras en una reunión, y así esté el aire acondicionado encendido y tengas un abanico en la cara: sigues muriendo. Entonces optas por ahorrarte cualquier tipo de comentarios porque intuyes que a la larga vas a terminar embarrándola si abres la boca. No obstante, por dentro estás agonizando, no puedes más, le estás mentando la madre al pobre aire que no tiene la culpa de tus desgracias. Tu ejecutivo central parece desentenderse de la situación, el enfoque y concentración de tu actividad mental están en todas partes menos en la trama de la conversación; estás a punto de padecer de un TDA/TDAH (Trastorno por déficit de atención, con o sin hiperactividad). Pero ni modo, te toca aguantarte, tienes que reprimir tus impulsos salvajes si no quieres ocasionar un terrible caos en el despacho.

También puedes intentar irte por otra vía —eso sí, menos plausible—, como levantarte del asiento en que te encuentras aplastado(a) y gritar que no puedes más, que te largas porque el calor ya te sacó de quicio, que te vas a bañar hasta que se te reseque toda la piel y quedes como una uva pasa. Le bajas la temperatura al aire, pateas el abanico, abres la nevera y te dispones a lanzar hielos por toda la calle con una vehemente crueldad que pone en duda tu reputación. Tu respuesta emocional es prácticamente inconcebible, ni siquiera alcanza a pasar por el Neocórtex. La sangre te hierve, tus labios están rojos y vas perdiendo el control en cuestión de segundos. Sacas todo, pero absolutamente todo lo que reprimiste en tu infancia. Luego te cae la justicia encima, sacándote en cara el famoso Artículo 111 de la Ley 599 de 2000 —por la cual se expide en el Código Penal— y acusándote por lesiones personales (El que cause a otro daño en el cuerpo o en la salud, incurrirá en las sanciones establecidas en los artículos siguientes”). Y tú —como siempre, justificando todo, que decepción— respondes que no tienes la culpa, que nada más se te activó el Reptil y no pudiste evitar desatarte. La gente sorprendida y diciendo “ay, pero si es de buena familia” (como si eso fuera garantía de que el hijo no va a ser una futura lacra...). Todo porque mientras lanzabas hielos —en medio de tu crisis irresponsable— no tuviste la precaución de al menos ver a quién se los lanzabas.

jueves, 18 de junio de 2009

Desde que tocaste mi piel

A mis dieciséis años, era la primera vez que lo hacía (dicen que esa es la edad perfecta para hacerlo, pero yo todavía no estoy tan segura). Nunca antes había tenido una experiencia de ese tipo, por lo que era de esperarse que en ese instante me invadiera una fuerte curiosidad. Admito que me dejé llevar por la ocasión, no pude inhibir lo que sentía, no fui capaz de apartar la curiosidad de mi camino y por ello tuve que pagar un alto precio: el precio del sufrimiento.
No me juzguen, yo también tengo derecho a probar cosas nuevas. Además, —como menciona mi estimado profesor— el Artículo 16 de la Carta Política dice que tengo derecho a un libre desarrollo de la personalidad ("Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico"). Yo no tengo la culpa, no puedo reprimir mis emociones porque después me vuelvo neurótica.
Apenas estoy empezando a vivir y es normal que quiera indagar un poco sobre el mundo. De igual forma, no soy el único ser que comete errores en este planeta, y supongo que algún provecho podré sacar de todo esto —me asusta pensar que quizá esto no sea más que una mera justificación de mis actos de vandalismo—. En todo caso, creo que merezco un poco de comprensión.
Sí, es cierto, me arrepentí de haberlo hecho; me sentía sucia, como una lacra. Pero ya era demasiado tarde, ya no podía regresar el tiempo y arreglar todo lo que hice mal; ya la había embarrado y tenía aceptar la situación con la poca dignidad que me quedaba, tenía que dar la cara. Y en vista de hallarme perdida en el laberinto oscuro de la culpa, comencé a reflexionar, a pensar que la vida no era una payasada y que ya era hora de actuar con un poco más de seriedad; ya era hora de entender de una buena vez que todas y cada una de mis aventuras mágicas implicaban consecuencias catastróficas. Desde que tocaste mi piel, nada es igual...
Me inspirabas confianza, no lo puedo negar. Me llené de ilusiones y tal vez te atribuí cualidades que no tenías (¿transferencia?), deposité más del 50% de mi confianza en ti. Creé falsas expectativas que poco a poco tuve que ir borrando de mi mente. No voy a afirmar que te amo, porque a decir verdad: ya no siento nada. Pero sí quiero que sepas que en algún momento significaste mucho para mí, fuiste una luz y en cuestión de segundos cambiaste el tono de mi piel con sólo tocarme. Sin embargo, no te imaginas el daño tan terrible que ocasionaste en mi vida (y en mi cuerpo...). Desde que te apoderaste de mi cuerpo, todo es distinto.
Te quise olvidar alejándome de ti, apartándote de mi vida. Pero no fue fácil, dejaste huellas, dejaste cicatrices que me hicieran recordarte (sobretodo en el cuello...). Me horrorizaba el simple hecho de salir a la calle, me daba vergüenza que todos notaran lo que me habías hecho. Duraba horas y horas bañándome para borrar indicios de que vos hubieras tocado mi piel algún día.
Al principio me sentía orgullosa, no lo puedo negar. Salieron a flote mis dotes narcisistas y pasaba todo el día frente al espejo repitiendo mentalmente una que otra frase y contemplando mi piel después de haber sido tuya. No había un solo día que no sonriera a mis semejantes, en esa época mi vida adquirió un sentido diferente, al menos tuve la oportunidad de ver el mundo con otros ojos.
Los hechos se dieron en mi cuarto, y lo más tétrico es que ni siquiera tomé la precaución de cuidarme. Sé que las circunstancias no se prestan para remordimientos, pero no puedo más, necesito decirlo: ¡ME DA TRISTEZA HABER PERMITIDO QUE UN NEFASTO AUTOBRONCEADOR HICIERA CONTACTO CON MI PIEL!

lunes, 15 de junio de 2009

Aprende a engañarte

No creo que esta vida se preste para estar todo el tiempo fraternizándose con la Ley de la Atracción. ¿Será que El Secreto (The Secret) es una farsa?, ¿optimismo versión Marketing? Dicen por ahí que el médico no es famoso porque cura, sino que cura porque es famoso.

Sí, cambia tu paradigma, eso es cierto; si empiezas a ver la vida con otros ojos, notarás un cambio. Es de suponerse que si te empiezas a sentir como un fracasado, lo serás. Pero el mundo no lo vas a cambiar a punta de optimismo (ni siquiera eres capaz de arreglar tu vida, mucho menos vas a cambiar el planeta), solamente cambias tu visión, tu creencia. Además, tampoco es garantía de que no vayas a tener un fracaso.

Esa película de El Secreto me parece una payasada elegante para que aprendas a engañarte. Es preferible que te dediques a pensar seriamente que ya es hora de hacer algo por tu vida —no sea que termines otorgándole un título de: “El mundo mágico de (tu nombre), donde todo es mentira”—. Los logros no los vas a alcanzar por “obra y gracia del Espíritu Santo” (o de El Secreto), si quieres ser una eminencia en el mundo intelectual, tienes que quemarte el cerebro leyendo y elaborando cuanta información se te atraviese por el camino.

Que si no consigues pareja, entonces basta con que la visualices y pronto llegará a la puerta de tu casa (partiendo de ese principio: ¿los feos son feos porque se imaginan feos? Tengo claro que este comentario se presta para una larga discusión por la subjetividad que encierra el concepto de belleza). Sí, claro, y ¿si se trata de que tuviste un problema en la infancia con uno de tus padres, y todas tus relaciones fracasan porque sin darte cuenta lo ves reflejado en los que se te acercan?

Lo mismo va para algunos libros de autoestima, que en la parte posterior dicen: “comience repitiendo todos los días: “soy un campeón”, “mi vida es lo mejor”, “irradio paz y amor”; así no lo sienta, sólo repítalo y poco a poco verá los resultados”. ¿Sabes cuáles son los resultados? Perder quince minutos diarios de tu valioso tiempo, que semanalmente vendrían siendo nada más ni nada menos que ciento cinco minutos, osea una hora y cuarenta y cinco minutos, es decir seis mil trescientos segundos de tu existencia.

Está bien que imagines cosas lindas (que al menos la imaginación te sirva para algo), que tengas aspiraciones, que traces tus metas, etc, etc. Sí, eso está bien —porque sino: ¿entonces cómo más nos movemos en este universo?— pero no vayas buscando los medios a ver si te van a caer del cielo... Como ya sabemos: todo en esta vida cuesta.

Yo particularmente pienso que ser pesimista tiene sus ventajas. Pero bueno, eso del pesimismo ya es tema de otro artículo. Y para no alargar más la historia (vamos al grano, de lo simple se puede sacar mucho...), aquí hay un video de “Autoayuda” de Leo Maslíah (sin pendejadas ni adornitos raros) para que aprendas a salir del hueco.

viernes, 12 de junio de 2009

Sección de lácteos

¿Los supermercados están enhuesados con los frascos de “Crema agria” que se encuentran ubicados en la sección de los lácteos —junto al suero—?, ¿hay gente que compre eso? Es que siempre que paso por ahí, veo los mismos tres frascos —con cara de “llévame y cómeme”— que veía en el mismo sitio hace como diez años (tal vez sólo sea producto de mi humilde y catastrófica percepción). Los pobres están decepcionados de la vida, deben estar aguantando buen frío.
Y del “Requesón”, mejor ni hablar. No logro comprender cómo es posible que a estas alturas de la vida, a alguien se le pueda ocurrir que semejante mezcla absurda llegue a formar parte de las representaciones mentales que otros seres como yo poseen de una “comida deliciosa”. Hace un par de años tuve la desdicha de probar esa fea crema —si es que a eso se le puede llamar crema— y me pareció horrible, asquerosa. Además, se me quemó el paladar.
Para empezar, no sabía que no tenía sal; así que, cuando esa sustancia ingresó a mi organismo, sentí que se me puso la cara azul. Entonces tomé la decisión de echarle un poco de sal, pero aún así —por defecto de fábrica—, seguía sabiendo a talcos Mexana con queso viejo, leche y sal. Ya hablando un poco de gustos, no me gusta la leche, pero tolero uno que otro yogurt (con sabor) y el suero y el queso me pasan, pero la leche sola no. Ah, los yogurtcitos “Activia” de fresa son ricos, saben a Alpinito ("Te alimenta y sabe rico"...) pero el de ciruela no me simpatiza para nada. Y ya me aburrí del Alpinette. El Bon Yurt me da igual, aunque a decir verdad: creo que comer Zucaritas con yogurt, es como comerse un tarro de Nutella con una saltinita. Las personas no comen Saltinas con Dip, comen Dip con Saltinas; pero por cuestiones de autoestima (¿delirio de grandeza?) no lo aceptan, no aceptan las intenciones conductistas que tienen con la galleta, que a la larga lo único que les está haciendo es un favor.
Hay cosas que a la gente le parecen desagradables, pero que a mí en lo particular me agradan, por ejemplo: la Emulsión de Scott. Es rica, tan rica como para hacer unas paleticas y comérselas (...).
Suena ordinario, pero si nos ponemos a pensar un poco: hay cosas más ordinarias en esta vida, como tomar champaña con patacón, eso sí es ordinario.

lunes, 8 de junio de 2009

Champín, champaña para niños

¿Por qué todavía existe gente en este planeta que compra “Champín, champaña para niños”?, ¿será que no se han tomado el trabajo de leer el aviso que dice: “sin alcohol”? Lo mismo va para el “Wishin” y el “Ronsin”. En pocas palabras: estás comprando Frutiño disfrazado, te están metiendo los dedos en la boca, te están viendo la cara de bobo(a).

Una botella con papel dorado, la imagen de un payaso ridículo con tendencias homicidas, y un montón de burbujitas antiestéticas. A eso le sumamos unas cuántas frases aparentemente inocuas —pero a la vez con intenciones propias de un intento de Coco Wash—: “¡diviértete a lo grande!”, “bebida para fiestas juveniles”, “sin alcohol”. ¿En serio creen que en una fiesta, los jóvenes de hoy van utilizar una “inofensiva” bebida sin alcohol como esa para divertirse “sanamente”? Como están las cosas, lo dudo. Hace poco vi una noticia en el periódico: “niño de diez años termina internado en la clínica por fuerte borrachera”. Y no creo que haya sido borrachera psicológica por efecto placebo del refresco Champín.

Por cuestiones pavlovianas, los niños asocian la botella de Champín (“bebida inofensiva que pueden ingerir autónomamente sin ninguna clase de problemas”) con una botella de champaña, cosa que incita al consumo de alcohol —y quién sabe si también al consumo de sustancias psicoactivas como medio no apropiado para procurar resistir la atroz depresión ocasionada por semejante brebaje de mala índole—. Precisamente, por esa razón es que la hacen parecida [la botella], para que el pequeño crea que está tomando alcohol. Y aparte de eso, la colocan en la sección de licores (Marketing). Si esa bebida viniera en cajitas o en latas, probablemente no tendría tanto éxito en el mundo de las ventas.

Es un refresco bastante asqueroso, hace unos años lo probé accidentalmente (y al mismo tiempo por curiosidad). Tuve fiebre de 39º, mis ojos se retorcían lentamente, botaba espuma por la boca y se me rompió la homeostasis.

Es cierto que “es preferible que un niño beba Champín, a que consuma bebidas alcohólicas”, sí, pero también es cierto que daría casi lo mismo servirle Frutiño en una copa, o echar cualquier refresco en una botella y luego dárselo. A la larga lo que está cambiando sus representaciones mentales es la botella, no el líquido.

Ese tipo de fenómenos devastadores no sólo se ven con los refrescos, también tenemos los famosos cigarrillos de chocolate, los Peta Zetas (¿éxtasis?), y otros productos más que seguramente en este momento estoy ignorando.

Entonces ves un niño con gafas oscuras, un cigarrillo de chocolate en la mano, Peta Zetas en el bolsillo, y una copa de Champín, sosteniendo la mirada y diciéndote: “¡hey qué!, ¿cómo vas?, ¿cómo anda todo?, ¿todo bien valemía?, ¡firme!”. El pobre, al parecer se siente realizado, “más persona”, o quizá “más maduro”.

jueves, 4 de junio de 2009

Ganador 9999

¿Han sido testigos de esos peculiares avisos de “Felicitaciones, eres el ganador 9999, haz click aquí”, que emergen misteriosamente —como “por arte de magia”— de las páginas chafas? Yo sí, y no una vez, sino muchas. Por lo general, la mayoría suele presentar un excéntrico color verde intenso que viaja rápidamente por tu nervio óptico para luego trasladarse hacia tu corteza visual primaria y crearte un molesto daño perceptual.
Me aterra el intelecto de unas cuantas personas que te llevan más de treinta años de experiencia, pero que de edad mental aparentan tener tres años, o quizá menos. Por ejemplo, hace poco un ser humano que conozco me llamó para darme “la mejor noticia de su vida”; por su voz parecía estar nadando en una profunda felicidad prácticamente equiparada con el éxtasis. Aquí os presento la breve conversación/historia:

- ¡Gané! Sí señor, gané.
- ¿Qué ganaste?
- Mil millones de dólares, ¡soy millonaria!
- ¿Cómo ganaste?
- Fue tan fácil... nada más le di click al aviso de “Eres un feliz ganador”, ¡gracias Dios mío!
- Consigue un revólver por favor (y ve pensando cómo te las vas a arreglar para erradicar la indecorosa presencia de un virus en tu computador...).

Las personas así me dan miedo —y a la vez me preocupa que todavía estén sueltas, porque suponen una terrible amenaza para el planeta—, sin lugar a dudas necesitan más terapia que yo. ¿Qué es lo que pasa en esos casos?, ¿una falla en la sinapsis?, ¿deterioro a nivel de prefrontales? Quién sabe, habría que ver qué es lo que les sucede. Cuando yo era joven (...), no solía presentar ese tipo de conductas, pero bueno.

Pruebas de razonamiento abstracto VS tu inteligencia

Una cuestión que me llena de intriga y a la vez invade mis más profundos y espeluznantes sentimientos: ¿qué persona no ha padecido su primera crisis narcisista gracias a uno que otro ejercicio de naturaleza numérica?

Las pruebas de razonamiento abstracto no son más que un potente medio psicológico académico-intelectual encargado de abrirte un poco los ojos para que descubras de una vez por todas que tu inteligencia tiene límites, y que tu nefasto delirio de grandeza puede ser aniquilado en unos cuantos segundos sin tú poder hacer algo para remediarlo. Por más que te esfuerces —y así lo niegues—, nunca falta el ejercicio que te queda grande.

Entonces vienen las frustraciones, empiezas a sentirte como un diminuto y aterrador gusano de seis patas (de esos que ejecutan movimientos sexys para intimidarte y luego abusar de tu inocencia), y contemplas a la humilde hoja con una vehemente animadversión (como si ella tuviera la culpa de tu ineptitud). Vienen los remordimientos, te quedas estático(a) estudiando juiciosamente el papel, percibes una que otra RGP (Respuesta Galvánica de la Piel) y de repente te das cuenta que tu cabello no está tan quieto/sedoso como normalmente solía estar, notas que tienes un depravado afro; tienes el cabello como trapero de calabozo. ¿Qué otra cosa podría pasar? Nada. O tal vez sí, una hemorragia en el prefrontal y que se te explote la amígdala para que no llores más nunca en la vida.

Seguídamente, dejas el problema “en incubación” y te dispones a esperar la virtuosa presencia de un estimado Insight (“Descubrimiento súbito”), pero resulta que el Insight nunca llegó, y te tocó aceptar la situación con la poca dignidad que te queda: fracasaste, no diste con la respuesta.

Podríamos afirmar con gran orgullo que tuviste una crisis narcisista y quién sabe si la primera, de ser así: ¡qué ternura!

Pero eso no es todo, después de ver cómo otro humano lo resuelve sin ningún tipo de inconvenientes ni problemas emocionales, tienes el descaro de decir: “claro, en el fondo sabía que esa era la respuesta”. Osea que aparte de narcisista, eres víctima de una propensión retrospectiva, y quién sabe si también puedas terminar con una terrible distimia.

¿Ya lo ves? Así de compleja, turbia y efímera es la vida, puedes acabar suicidándote por no soportar una crisis ocasionada por un inocente juego —que seguramente, si pudiera hablar, te diría: “no tengo una cognición como la tuya, pero me burlo de ti”—.

miércoles, 3 de junio de 2009

Carritos de paletas, tazos y Milo

Hay aspectos de la vida que probablemente a muchos seres humanos les toma meses, o incluso décadas asimilar (me incluyo en la lista).
Por ejemplo: ¿cómo se sostienen los carritos de paletas de Crem Helado? Dicho de otro modo más específico: ¿cómo hace una empresa que tiene más de cincuenta carritos de paletas, donde la mayoría a lo mucho sólo vende dos paletas diarias? En serio no lo digo con intenciones propias de una persona que mira todo con desdén, simplemente es un interrogante al que llevo como diez años tratando de suministrarle una respuesta coherente basada en datos contrastables con la realidad (ese concepto de realidad se presta para una larga discusión, pero bueno). ¿Pagan por lo que vendan?, o ¿tienen un sueldo fijo? No sé, si es por sueldo fijo, creo que la empresa habría entrado en quiebra hace mucho tiempo.
Cuando yo tenía diez años, los carritos de paletas eran como la salvación de la vida, una esperanza para aquellos que vivían sumergidos en una profunda y caótica crisis existencial, una manera de llenar todos los vacíos de tu vida sin necesidad de irte por caminos de peor índole (...); las paletas te proporcionaban al menos un poco de cariño. Pero noto que ahora es diferente, ahora ves un carrito de paletas pasando por la cara de un niño, y el niño ni se mosquea, no le da la más mínima importancia.
Lo mismo va para los tazos que vienen en los chitos: todo el mundo los ignora, pobrecitos.
En cambio, hace unos años veía a los niños muriendo de emoción, con la prosodia en acción ante un pinche tazo de pasta que en el mundo hace lo mismo que suelen hacer los adornitos “fashion” que mencioné en otro de mis artículos.
Entonces, ¿están avanzando cognitivamente? [los niños], ¿van como la “Curva de desarrollo en U” que mencionan los modelos conexionistas al hacer referencia al lenguaje (verbos regulares, irregulares, Sobrerregulación...)?, ¿o sencillamente las paletas ya ocasionaron el famoso “Efecto inundación”? Quién sabe, habría que ver, en mi opinión, las paletas siguen siendo ricas.
Por otro lado, he estado cuestionándome unas cuantas cosas, entre esas: el Milo. Pero no voy a darle muchas vueltas al asunto, nada más dejo la inquietud.
Si le echas sal al Choco Listo, ¿sabe a Milo?, ¿será? (un poquito de sal, ahora no seas tan bestia y no vayas a hacer como cierta persona que conozco, que le echó un kilo de sal al Cheese Cake pensando que era azúcar, pero igual se lo comió “para no desperdiciarlo”; sin lugar a dudas esa persona necesita mínimo treinta años de terapia).