viernes, 29 de mayo de 2009

Pronóstico de un cerebro quemado

Me duele la cabeza y mi ejecutivo central se fue de viaje, me abandonó, decidió prescindir de mí por unos instantes —y posiblemente por el resto de la vida si la Ley de la Gravitación Selectiva se ejecuta otra vez—. Quién sabe si algún día vuelva a rescatarme de la desdicha terrestre que consume a más del 50% de todos los seres que se hacen llamar humanos. No quiero quedarme/perderme única y exclusivamente en el plano neuronal que menciona Neisser, y tampoco quiero ser un ente pasivo en el mundo.
Creo que este espeluznante dolor de cabeza no es más que un presagio, algo que me indica que voy a morir pronto. Así que desde ya, iré escribiendo mis mensajes para el mundo.
O tal vez sólo sea una prueba de que mi cerebro se está empezando a quemar, y que no resistía tanto como creía. Ah, y de paso una crisis narcisista más para el repertorio de Trastornos de la personalidad del Grupo B (dramática/errática) de mi DSM-IV en clave autobiográfica.
Y es que con tanta poda neuronal de las glias, delirios conexionistas, constantes ataques narcolépticos y crisis existenciales que nunca faltan, ¿qué otra cosa se podía esperar? No estoy lejos de ser víctima de una monstruosa cataplexia y un deterioro de corteza prefrontal, sospecho que este enlentecemiento cognitivo que tengo es prueba de un conflicto interno que debo superar poco a poco para adquirir más campo de procesamiento —o en su debido defecto, dotarlo de mayor eficacia y de esa manera lograr que el sistema se ajuste a las demandas del ambiente—. Voy a acudir al Chunking y proceder a reducir y elaborar más la información proveniente de los estímulos del medio, y seguidamente ocuparme de mi desarrollo cognitivo.
En todo caso, mientras siga teniendo al menos el plano cognitivo en pleno funcionamiento, más las funciones básicas del tallo cerebral (respiración, ritmo cardíaco, etc.), y pueda quitarme uno que otro automatismo de esos que a la larga te destrozan y masacran tus más profundos sentimientos —que quede claro que no estoy diciendo que todos los automatismos son malos, son adaptativos porque ahorran recursos de la corteza cerebral—, creo que podré continuar con mi misión.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Crisis narcisista de la galleta

Como las galletas Saltinas: todo el mundo las compra, pero a nadie le gustan. No es que sean feas, sino que solas no tienen gracia.
Entonces compras un frasco de arequipe —o en su debido defecto, Nutella— y te dispones a comer “galletas con arequipe”, pero las galletas solamente las ingieres para disimular tu irracionalidad, tu bestialidad, tu salvajismo, tu excesiva monstruosidad (porque si te comes el arequipe sólo, supuestamente es malo). Y luego tienes el descaro de decir: “mira que saludable soy, como galletas con arequipe en vez de comer arequipe sólo; mira cómo me cuido, es que tanta azúcar... el páncreas, la diabetes, bla, bla, bla...”.
Y resulta que te comiste el tarro de 400 gramos con una diminuta e inofensiva galleta que no tiene la culpa de tu rechazo instintivo, y que además tiene que aguantarse tus malas caras y tu terrorífica mirada con los ojos entrecerrados como chino volando cometa a las doce del día; la pobre galleta siente que la vida la aplasta porque percibe tu animadversión. Como si fuera poco, gracias a tus atroces actos de vandalismo cargados de profunda violencia, corrupción e irresponsabilidad; la saltinita tiene la oportunidad de vivenciar su primera crisis narcisista —que casi siempre termina en crisis existencial, y después en suicidio—.
Ni siquiera puedes afirmar que te lo comiste [el arequipe], porque en términos estrictamente literales, más bien diríamos que lo engulliste, te lo embutiste (y todos los sinónimos que existan en este cáustico planeta). A la larga hubiera dado lo mismo que te tragaras el arequipe sólo, pero la vida es así...

domingo, 24 de mayo de 2009

Rareza existencial

Como siempre el ser humano inventando cosas raras y destruyendo la naturaleza. Pero bueno, en este caso me refiero a la rareza que consume al caótico mundo. Y en lo posible, trataré de exponer mis ideas a modo de resumen, puesto que si no lo hago de ese modo, podría extenderme hasta diez cuartillas más y de paso ser víctima de un deterioro a nivel de Neocórtex.
Hay cosas que no entiendo para qué existen, por ejemplo, los adornitos “fashion” que se colocan encima de los lápices (no son borradores). Y que ni siquiera saben la razón de su humilde existencia, pobrecitos.
He estado haciendo mis prácticas de autorregulación para soportar la catastrófica presencia de esos objetos y el daño perceptual que suponen, y he llegado a la conclusión de tener que acostumbrarme a vivir con ellos, porque como dice la Teoría cognitiva del estrés: “hay situaciones que no puedes cambiar, pero sí puedes atribuirles otro significado”.
Así como tampoco es de extrañar que a estas alturas de la vida tengamos que presenciar conductas anormales que no encajan en ninguna patología. Entre esas, el caso de la lluvia: nunca falta la señora que pasa corriendo con las manos en la cabeza y mirando hacia el suelo porque cree que de esa manera le va a caer menos agua (según ella). Escenas de ese tipo son las que estropean la visión que todos tenemos de la lluvia —no sé si a ustedes les ocurra lo mismo, pero en lo personal me agradan los días oscuros y fríos, me parecen interesantes—.
Siguiendo el mismo criterio, pero a la vez cambiando un poco de enfoque, les hago una pregunta: ¿Han probado las famosas gelatinas blancas y harinosas que vienen envueltas en un paquete tipo “dulces de la región”? —hechas con patas de vaca muerta, igual a las otras gelatinas, la diferencia es que las otras no te rompen la homeostasis—. Yo sí, son feas, la última vez que comí una casi muero.
Llevo 18 años tratando de revelar el misterio de mi existencia, y al mismo tiempo cuestionándome cuántas personas en el mundo creen que esas gelatinas son ricas. Quisiera saber en qué momento fue que esa sustancia empaquetada empezó a hacer parte del mundo de las ventas, y en qué momento empezó a tener un significado romántico para los humanos.

sábado, 23 de mayo de 2009

Los fiascos del lenguaje

Si bien hay muchos aspectos de la vida que despiertan poderosamente el enfoque y concentración de mi actividad mental, uno de ellos es el lenguaje y las “maravillas” que el ser humano hace con él. Ese es el tema que voy a comentar brevemente en este espacio.
Nunca faltan los antiestéticos conceptos fresas que la juventud de hoy suele emplear reiteradamente: “full barro hey”, “ay, pero mira que kiut”, “que fashion”, “osea”. Ya no es tan común como antes, pero igual se oyen. Ahora prima más lo coleto: “hablate valemía”, “pagó”, “sisa cole”.
Y dónde me dejan los indiscutibles y vergonzosos cambios radicales de ortografía —que no son más que una falla en la transducción, y de paso un atentado hacia la Gramática Universal—, “amiwOz lozZ amo, zoii f3liz”. Creo que a los 81 años, Chomsky lo único que puede sentir es vergüenza ajena ante semejante tipo de fenómenos devastadores que deterioran la calidad y elegancia del lenguaje humano.
Por otro lado, los desdeñosos “cariñitos” de la gente que no te ve desde los cinco años y te recibe con una latosa sonrisa prefrontal seguida por la endeble frase “estás repuesta”. Pensándolo bien, suena más afable decir: “pareces una cerda putrefacta recién salida de la alcantarilla”.
Tantos eufemismos sueltos... y la gente se queda en la simpleza de la vida. Usen la creatividad, extrapolen, no se queden en lo elemental. Usen el Google-Fu que llevan en lo más profundo de sus sentimientos, “cuando eres capaz de decir lo mismo de distintas maneras, quiere decir que estás aprendiendo a vivir”.


Delirio conexionista

No sé si esto que voy a mencionar sea un mal clásico de la complejidad de la vida, o un propio cuadro clínico del TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Así como tampoco sé cuál es el porcentaje exacto de pedazos de carne con cerebro, extremidades y memoria de trabajo (humanos) que se encuentran profundamente sumergidos en la misma situación. Sea cual sea el fundamento subyacente, voy a abordar un tema que en mi opinión encierra un alto grado de interés por la sencilla razón de hacer parte de una de las tantas “cosas especiales” que suelen sucederme con frecuencia.
Básicamente, el delirio conexionista de creer que eres íntegramente capaz de manipular al mismo tiempo toda la información que se te atraviese por el camino, sin ningún tipo de inconvenientes. Como quien dice: “trabajo en paralelo, por lo tanto puedo controlar todas las demandas del medio sin ningún problema, esta es la versión no lineal de mi vida”, “continuaré con mi exhaustiva tarea hasta que se me queme el cerebro”. Lo cual apunta a que mientras no se presenten fallas crónicas en el sistema, puedes dar más; usa tu cognición, para eso la tienes. Tu cognición no es un pinche adorno de navidad que cuelga detrás de la puerta haciendo presencia para que “todos lo vean”.
Y sí, todo lo bueno tiene algo malo y todo lo malo tiene algo bueno. El lado nocivo de todo esto es que puedes terminar loco, crazy, rayado, o como quieras llamarlo. Creo que merecería la pena revisar las implicaciones que tendría una saturación cognitiva, y también creo que sería más digno tener el cerebro quemado por exceso de uso, antes que tenerlo atrofiado por no haberlo estrenado.
Pero claro, tampoco te vayas al otro extremo. No sea que te quedes solamente en el plano neuronal, sin pasar por lo menos al cognitivo (y después al mental) porque sería una historia más desgraciada que el final de Bambi.

sábado, 16 de mayo de 2009

Caperucita roja y su cáustica teoría de la mente

Creo que todos hemos sido testigos de las representaciones mentales que Walt Disney procuraba implantarnos en las películas, y de cómo esas películas permutaban la teoría de la mente de los niños sin que ellos se percataran.
Por ejemplo, Caperucita roja, la “niña sana”. ¿Sana? Qué sana va a ser una niña que deambula por el bosque con una capucha roja simbolizando la lujuria que la absorbe, y que además se hace la loca para que el lobo abuse de ella.
En el cuento, muchas personas pensaban que el bosque era un lugar oscuro y siniestro que denotaba gran peligro, por esa razón nunca osaban pasar por ahí. Sin embargo, Caperucita sí se aventuraba porque sentía la suficiente confianza en sí misma como para darle rienda suelta a su sexualidad (el bosque en el cuento alude a la sexualidad).
Hasta que se tropezó con el lobo, y éste le dijo: “es peligroso que una niña transite sola por el bosque” (traducido: es peligroso que una niña circule sola por el camino del sexo), Caperucita le respondió: “no importa, debo proseguir con mi camino” (traducido: no importa, debo continuar con mi labor sexual). El lobo tomó un atajo, llegó primero que Caperucita y se comió a la abuela.
Después de la extensa amonestación de “abuelita que ojos tan grandes tienes”, bla, bla, bla... el lobo se lanzó sobre la pequeña, dispuesto a devorarla, mientras ella gritaba quién sabe qué significado tendrían esos gritos, tal vez la muy egocéntrica sentía que su espacio personal estaba siendo invadido .
Y mira a Blancanieves, esa tampoco se queda atrás. Con siete y rindiéndole honor a su lema: “una para todos, todos para una”. Qué es eso por favor, tanto que critican a South Park y a Saw por “estropear la mente” y resulta que en los muñequitos “sanos” es donde más subyace el lado oscuro.
Por otro lado, tenemos a Popeye y su mala costumbre de andar metiendo vicio. “Pop” y “eye”, dos palabras que juntas significan “ojos saltones” característicos de aquellos individuos que consumen marihuana, el bastardo fumaba marihuana cuando iba a la guerra porque lo hacía sentir “fuerte y seguro” .