sábado, 17 de octubre de 2009

No subas el puente y mejor aprende a volar

Últimamente he estado reflexionando un poco sobre la enigmática presencia del puente universitario y su íntima relación con la organización cerebral y los procesos cognitivos. Y es ahora, a mis 19 años de edad, con mi angustia neurótica todavía vigente, cuando me doy cuenta que todos corremos peligro.
¡Sí, señor!, todos corremos peligro y vamos a morir muy pronto si no reaccionamos antes que culmine el ciclo terrestre. ¡Todos los que suben el puente universitario poseen una ligera compulsión a la repetición!
Yo solamente lo subo los miércoles y los jueves en un breve período de latencia porque tengo delirio de persecución y en esos días no sublimo bien. De resto, no hay problema. Triunfo, omnipotencia y negación; la triada maníaca que me consume todos los lunes, martes y viernes en horas de la mañana.
Muchos se preguntarán: ¿qué tiene que ver el puente universitario con la organización cerebral y los procesos cognitivos? Claro que tiene que ver, y bastante. Aquí os dejo una breve interpretación:
1) Vas caminando tranquilamente con un corrosivo sol de 80ºC (y todavía existe gente que puede desplazarse pacíficamente bajo semejantes circunstancias atroces), pero como el clima es raro (todo en esta vida es así: raro), pasa un brisón, te lleva por delante y te estrella contra el poste. Mueres instantáneamente de un Trauma Craneoencefálico (TCE).
Bien, ahora me dispongo a postular unas cuantas razones de otra índole. Básicamente, la modesta opinión de mi estimado colega y amigo Zacarías Candela Del Rio, padre de las futuras Neurociencias Cognitivas, quien se opone rotundamente a subir el puente porque sus condiciones físicas no son aptas para ello.
Y es que, si a duras penas damos para cruzar la calle, mucho menos nos van a dar las extremidades inferiores para subir eso a pleno sol de doce del día; no tienen consideración. Detrás de toda la trama, lo que se esconde no es más que una falta de creatividad, y esta va para quienes lo diseñaron: ¿no se les ocurrió al menos colocarle ascensor o bandas transportadoras de masas humanas similares a las del Centro Comercial Buenavista?
Mi amigo, si lo he comprendido correctamente, se refiere al indiscutible sentimiento de pasividad que le produce el sólo hecho de contemplar la idea de subir el puente.
Dejemos a un lado la cuestión precedente, pero no sin antes dar una muestra de agradecimiento a mi amigo por su valioso aporte que, a mi parecer, goza de argumentos bastante sensatos, y encaremos esta otra: ¿qué propósito de vida, o qué consecuencias favorables trae para los estudiantes el plan de movilizarse de un extremo a otro, empleando como medio un aburrido puente que en este momento es fuente de mi inspiración?
No tiene techito, así que ya se imaginarán una caída en época de lluvia. Los carros y los buses listos para aplastarte, mientras llegas al suelo te das un palmerazo, a los quince minutos aparece el imprudente paparazzi de los periódicos Gore extasiado tomando fotos a la lata y hasta saboreándose el muy desgraciado: ¡Apúrate, apúrate, no mueras sin antes regalarme una sonrisa! (The Jigsaw Puzzle, Soft Gore en vivo otra vez).
...Y si tienes suerte, no te alcanza un rayo.
Por eso insisto: hay que comprar botas anti-resbalantes, rodilleras, paracaídas, cuerdas escaladoras de montañas y un buen casco. Falta ver si de paso algunos se animan a seguir los pasos de Pirry.
Ya lo otro es cuestión de si sabes o no sabes cruzar la calle, porque si no sabes, mejor ahórrate problemas y asume todos los riesgos del bendito puente porque abajo eres víctima segura del infame KRA 54 que va a diez mil millas por segundo y tampoco tiene consideración de nada; el conductor es un asesino en serie y los pasajeros son los suicidas.
Aquella franja de cemento con barandas azules —o entiéndase también azulóxiles, porque tienen tanto óxido que uno realmente no sabe si dejarse caer, o sujetarse ciegamente esperando no morir de tétano en los próximos treinta días (Castro, 2009)— y zona inferior con pinta de espiral alargada, rampa, o como se le pueda llamar a semejante aberración; se convierte en un tedioso obstáculo para mi otro amigo A. Palma, mayor de edad y vecino de esta ciudad, identificado con la Cédula de ciudadanía No. __________ expedida en algún lugar del mundo, quien en el transcurso de los últimos tres meses se ha ido alejando cada vez más de los patacones trifásicos de la famosa fritanga gourmet que se halla ubicada a unos cuantos metros de la universidad —más conocida como “La J. D. P.”, para llegar allá es preciso pasar por “The J. D. P. Boulevard”— porque al ver el puente, percibe una tanática ola de calor que se apodera de él y lo obliga a atravesar la carretera trayendo consigo una terrible frustración por no poder acceder a los tan anhelados patacones. Actualmente, A. Palma presenta un Trastorno Depresivo Mayor (TDM) por la ausencia de patacones, pero J. C. y yo lo estamos ayudando a superar la crisis. A. Palma, te queremos.
Por último, considero oportuno mencionar el extraordinario caso de mi compañero de Artes escénicas: A. Rincón, un sujeto que manifiesta tener los nervios de miseria por haber gastado $200.000 semanales en un pinche bloqueador.